
Con cuanta frecuencia nos encontramos con personas y organizaciones que ajustan a su medida el evangelio, y levantan tesis e iglesias partiendo de su subjetividad y conveniencia. Pareciera como si en la naturaleza del ser humano estuviera impregnado inevitablemente ese orgullo, que nos hace tener un concepto más grande de nosotros mismos que el que deberíamos tener; y con cuanta ingenuidad, ¿nos suponemos acaso capaces de sugerirle al Creador una forma más adecuada de vivir que la que él ya había previsto para nosotros?
Me angustia y me incomoda profundamente la pasividad de muchos que se han conformado con presentar un buen show de luces, música, espectáculo y en aumentar su lista de membrecía, pero que son completamente ajenos a las causas sociales y al mundo exterior, olvidando que sin amor al prójimo no hay cristianismo.
Me molesta en grado superlativo aquellos que manipulando la Palabra han hecho del evangelio un negocio con su discurso torcido de la prosperidad y el dinero, sacando provecho de la ignorancia en la que se consume nuestra generación, engañando al humilde e impulsando aún más ese materialismo individualista de nuestra sociedad que tanto contrasta con la iglesia primitiva.
Miro con tristeza aquellos que por su parte se han hundido en convencionalismos retrógrados en los que no hay campo para las diferencias ni para los diferentes, y han puesto sus modismos culturales antes que la fe y el amor.
Me desconciertan aquellos que por el contrario alejándose de los convencionalismos, se creen en la capacidad de crear su propia moralidad y adecuar el cristianismo a su época y tendencias, como si el pensamiento de Dios necesitara actualizarse. Y mientras tanto el mundo mira con desprecio y con justa razón, a una maraña de organizaciones que se contradicen entre sí, que no son luz ni sal en la tierra, que han tratado de sacar su propio provecho del evangelio y han prostituido la Palabra de Dios.
Y sin embargo, al igual que siempre, la verdadera iglesia, el cristianismo sin mancha, se mantiene vivo, distinguiéndose entre tanta falsedad, como en lo subterráneo. En pequeños hogares, en pocas personas que con humildad de corazón han conocido las verdades del Dios eterno y se mantienen fieles a la fe; predicando un evangelio sin mancha y sin arruga, no con palabras sino con su vida. Aquellos que se mantienen contra viento y marea, defendiendo la verdad que han conocido, aquella de amar a Dios y a su prójimo como a sí mismo; aquellos quienes pasando por el circo romano, la inquisición, y la persecución, han preferido amar la verdad antes de ceder, resistiendo la opresión de aquellos para quienes este evangelio de igualdad y libertad representa una amenaza. Son estos quienes mantienen la esperanza en un mundo que pareciera ya no tener ninguna.
Por: David Ramírez B.
Fotografía: Hope porCristiano Connect (Deviantart)
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